Mis manos seguían transpirando, pero no era por el calor. El aire en Villa Felicita era fresco, algo húmedo, con esa tranquilidad que te hace sentir como si todo se hubiera detenido. Me bajé del auto y cerré la puerta, mirando alrededor.(No me podía sacar esa sensación de incomodidad.)
—Vine a este lugar al cuete —murmuré, buscando alguna respuesta en las luces de las farolas que iluminaban las calles vacías.
La casa frente a mí, de paredes desvencijadas, no era nada del otro mundo. Pero había algo en el aire, en el lugar, como si el tiempo estuviera estancado.
¿Por qué me mandaron hasta acá? Estaba claro que algo no encajaba, pero en el fondo sabía que tenía que seguir adelante.Mi teléfono vibró, sacándome de mis pensamientos. Un mensaje de Ani. Miré la pantalla y leí rápidamente.
—Tommy, ¿todo bien? —escribió.Tomé aire antes de responder. No quería sonar desesperado, pero tampoco podía ocultar lo que sentía.—No, Ani, no estoy bien. Estoy acá, en este pueblo, y no entiendo nada.
Puse el teléfono en silencio un segundo, observando las casas, los árboles, la quietud que se sentía como un eco en el aire. (Todo esto es raro.)El teléfono vibró nuevamente. Un mensaje más de Ani.—Tommy, ya sabés cómo es. Si podés ayudar, hacelo. Si no, no pasa nada.
Pero si podés, aprovechalo.Suspiré. Aprovecharlo. ¿Aprovechar qué? La única respuesta que encontraba era que debía estar aquí por alguna razón. Tal vez algo tendría que hacer, algo que aún no entendía.—Es todo un delirio, Ani —tecleé—. Me siento fuera de lugar, no sé ni por dónde arrancar.El teléfono volvió a vibrar. Ahora una llamada.
Descolgué rápido, la voz de Ani resonó al otro lado.—Tommy, calma. Sé que todo te parece confuso. Sabés que las cosas no siempre tienen sentido de inmediato. Pero eso no significa que no haya un propósito. (Romanos 8:28) —la voz de Ani tenía una calma que, a veces, me irritaba, pero también era lo que necesitaba escuchar.
¿Qué propósito? Estoy pintado acá —respondí, sintiendo la frustración colarse entre las palabras.(¿Por qué no me decían todo de una vez? ¿Por qué tantas vueltas?)—Todo pasa por algo. No entendemos el plan completo, pero si podés ayudar, hacelo. Mira, te dejo con un pasaje: “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos” (Gálatas 6:9).
A veces, las cosas se siembran sin saber cómo crecerán.Solté una risa nerviosa, pero sentí un leve alivio. Eso de la generosidad… no era algo que me cuadrara de inmediato, pero había algo en esas palabras que me ayudaba a calmarme.
La idea de sembrar algo sin saber si crecería me sonaba a algo familiar, como si el destino estuviera poniendo las piezas sin que yo pudiera hacer mucho por entenderlas.
—Lo que sea que esté pasando, lo voy a pilotear —respondí, tratando de calmarme—. Pero ahora mismo estoy acá, solo. No sé ni por dónde empezar.—Y no estás solo, Tommy —dijo Ani, con una convicción que siempre me dejaba pensando—. “Sé fuerte y valiente. No tengas miedo ni te desanimes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9). Todo tiene un propósito.
Ya lo vas a ver.Colgué el teléfono y me quedé ahí parado un segundo, mirando el pueblo. Las casas de una planta, las calles limpias, el silencio profundo.Era como un jardín olvidado por el mundo.
Un lugar tan apartado que parecía un refugio para el que quisiera rajar de todo. (No podía dejar de pensar que todo esto estaba más allá de lo que entendía.)
Miré a BizFreud, mi siamés, que seguía tranquilamente dormido en el coche, como si no tuviera preocupaciones. Me encogí de hombros. (Tal vez él tiene la respuesta: solo relajarse.)
Me sentí un poco ridículo, pero si algo aprendí de mi laburo como psicólogo, es que no todo tiene que tener una explicación lógica al principio. A veces, la cabeza te juega malas pasadas, y otras, simplemente tenés que confiar.
Decidí caminar. No iba a quedarme esperando una revelación. Lo que viniera, lo enfrentaría. Mientras caminaba, sentí una paz extraña, como si todo estuviera en su lugar, aunque yo no pudiera ver el panorama completo.
Al final de la calle, vi una pequeña tienda.
Estaba cerrada, pero la luz de adentro parpadeaba como si alguien estuviera allí. Decidí acercarme, a ver si encontraba alguna pista, algo que me ayudara a entender qué carajo me trajo hasta acá.
—Lo que venga, lo tengo que hacer —dije en voz baja para mí mismo.BizFreud me miró desde el auto, con esa cara de “allá vos”.(A veces, me pregunto si él me juzga. Igual, me bancás, ¿no?)Y con eso, me adentré en lo desconocido, buscando respuestas.